Gizah, Saqqara, Dahshur
Galería de Fotos Gizah, Saqqara, Dahshur - Sunt Viajes Egipto
(…) las antiguas pirámides, construcciones maravillosas, espectáculo extraordinario; son de forma cuadrada como si fuesen vastas tiendas plantadas, alzándose en el aire del cielo, especialmente dos de ellas; pues esas dos llenan en altura el espacio aéreo (…) Han sido levantadas con enormes piedras talladas, ensambladas de forma impresionante en insólita cohesión, sin que haya habido, para ayudarse, que rellenar los intersticios. A primera vista [tienen] los bordes angulosos, mas como es posible la subida a ellas, aunque con peligro y trabajo, entonces se descubre que sus angulosos bordes presentan como superficies planas bien anchas. Si las gentes de la tierra deseasen demoler su construcción les sería imposible. Se difiere en lo relativo a su origen; a unos se les antojan tumbas para Ad* y sus hijos; otros pretenden otra cosa. En resumidas cuentas nadie sabe lo que son, salvo Dios, poderoso y grande.
(…) En la proximidad de estas pirámides, a distancia de un tiro de flecha, hay una extraña figura de piedra que se alza como un alminar, con características humanas de aterrador aspecto (…) Se la conoce por Abu-l-Ahwal (el Padre de los Terrores).
* Epónimo de un pueblo semítico de Arabia meridional que vivió inmediatamente después de Noé y que, por no haber escuchado al Profeta Hud, fue exterminado por Dios.
«A través del Oriente. El siglo XII ante los ojos. Rihla»
Ibn Yubayr (Valencia 1145 – Alejandría 1217)
Pirámides
Algunos domingos de invierno nuestras familias se reunían bajo enormes tiendas, a pocos kilómetros de las pirámides de Gizeh, para disfrutar de unos picknicks en pleno desierto. Después de desayunar, nos dirigíamos a una colina cercana, en donde jugábamos sobre las ardientes piedras.
Maś tarde, a los once o doce años, tuve la suerte de escalar la Gran Pirámide de Keops. Nuestros jefes scouts habían decidido, con hermosa inconsciencia, que esta ascensión -bastante complicada, y en la actualidad prohibida- resultaba obligada. Una tarde nos vimos, pues, sin posibilidad de discusión, en fila india, a los pies del monumento. Un guía en galabeya nos precedía. No teníamos más que seguirle, sin mirar atrás… Desde arriba, sobre la plataforma, se veía El Cairo y el desierto hasta donde alcanzaba la vista. Fue un verdadero deslumbramiento.
En 1798, Bonaparte rehusó escalar la Gran Pirámide, contentándose con animar a sus principales oficiales y sabios. El matemático Gaspar Monge, sudando y resoplando, con una cantimplora en bandolera, llegó en primer lugar a la cima, a pesar de sus cincuenta y dos primaveras.
Más tarde, los viajeros del siglo XIX hicieron los más coloristas relatos de tal ascensión, contando con gran detalle la manera en que los beduinos de manos ligeras izaban a unas damas a las cuales estorbaban sus vestidos de volantes. La guía Baedeker, en su edición de 1908, se refería a esta maniobra: “Ayudado por los dos beduinos, cada uno tirando de un brazo, y si es necesario por un tercero para empujar por detrás (sin coste suplementario), el viajero comienza a subir los escalones, que tiene cada uno cerca de un metro de alto. Fuertes y activos, los asistentes ayudan al viajero a subir, empujándole, tirando de él y aguantándole; apenas si le concederán un momento de reposo antes de haber alcanzado la cima… Se puede coronar la ascensión en unos diez o quince minutos, pero, en especial a causa del tremendo calor, se recomiendo tomarse más o menos el doble de tiempo”.
La abrumadora pirámide de Keops es propicia para la ensoñación. Uno no sabe si admirar esta montaña de piedra, de cuarenta y seis siglos de antigüedad, o sorprenderse ante la loca empresa de un faraón del Imperio Antiguo capaz de movilizar a millares de hombres, durante un tiempo indefinido, con tal de construirse una sepultura del tamaño de su megalomanía. Chateaubriand pone las cosas en su sitio en De París a Jerusalén: “Soy consciente de que el filósofo puede llorar o sonreír al pensar que el mayor monumento salido de la mano del hombre es una tumba; claro que ¿por qué ver en esta pirámide de Keops solamente un montón de piedras para cubrir un esqueleto? No es porque se sabía poca cosa por lo que el hombre levantó semejante sepulcro, sino por haber intuido su inmortalidad: esta sepultura no es de ninguna manera el mojón que anuncia el final del camino que habrá de llegar algún día; es más bien un umbral eterno, construido desde los confines de la eternidad”.
Contrariamente a lo que parece, la pirámide no termina en punta, sino en una plataforma de alrededor de diez metros cuadrados, en la cual los primeros viajeros merendaban después de haberse asegurado de grabar su nombre sobre la piedra. Cierto egiptólogo francés, Georges Goyon, se ocupó poco antes de la Segunda Guerra Mundial de borrar todos los graffitis e inscripciones. Para ello le fue necesario escalar el monumento un centenar de veces. Sin duda cuenta con el récord entre los visitantes europeos.
Única de las siete maravillas del mundo que todavía se mantiene en pie, la pirámide de Keops ocupa cinco hectáreas de terreno. Durante cuatro mil años (hasta que se construyeron las catedrales de la Edad Media), ningún otro monumento del planeta fue capaz de competir con sus ciento cuarenta y siete metros de altura. Todas las mediciones que puedan efectuarse sólo pueden producir gritos de admiración: su base es perfectamente horizontal, sus ángulos perfectamente rectos y sus cuatro caras están orientadas casi con total exactitud hacia los cuatro puntos cardinales.
Tan inaudita fue la hazaña que uno no puede acabar de entenderla, sobre todo si se tiene en cuenta que se llevó a cabo en una época en la que los egipcios aún no conocían la rueda ni el arte de preparar un andamio. Todavía puede entenderse que estos bloques de piedra de dos o tres toneladas cada uno se trasladaran hasta Gizeh por vía fluvial, y luego fueran arrastrados por centenares de obreros. Pero ¿cómo pudieron izarlos y ponerlos unos encima de otros, hasta llegar a la cima? El debate sigue abierto desde la Antigüedad.
La arquitectura interior de la pirámide -tan exigua, compleja y misteriosa como simple y grandiosa es la exterior- suscita también apasionadas controversias, en las que han entrado al trapo tanto la ciencia como el ocultismo. Por lo menos se sabe con certeza que estos monumentos erigidos en el desierto fueron, durante un milenio (del 2750 al 1600 a.C.), tumbas de reyes, en ocasiones de reinas, y no graneros de trigo construidos por José para prevenir siete años de hambrunas, tal como creyeron los peregrinos cristianos hasta el siglo XVI.
Las pirámides no eran sino una mera parte de un conjunto funerario que comprendía también templos, un malecón, un recinto, así como barcas de madera o de piedra depositadas en los fosos. Apuntando hacia el cielo, debían de simbolizar sin duda el ascenso del faraón hacia su padre, el Sol. Ninguna de ellas expresa mejor esta idea que la primera de todas, la de Djoser, en Saqqara, construida por el genial Imhotep: ¿No son sus seis niveles como escalones que debían permitir al rey alcanzar su lugar entre los dioses? Luego, gracias a un revestimiento, las pirámides se hicieron lisas, y con ello más abstractas. La pérdida de este revestimiento restablece en cierta medida la idea de escalera. Los envejecidos peldaños, erosionados por el viento, contrastan con las piedras de las galerías interiores, admirablemente unidas entre sí y relucientes como espejos.
Dos, diez, veinte veces… No hay nada que hacer: cada vez que uno vuelve siente la misma emoción, la misma sorpresa. Uno no puede dejar de admirar las pirámides de Gizeh.
Según escribía Théophile Gautier: “Ellas están ahí desde hace tanto tiempo que hasta las estrellas han cambiado de situación; y sus ángulos se hunden en un pasado tan prodigiosamente fabuloso que detrás de sí parecería que se ven brillar los primeros días de la creación”.
“Diccionario del Amante de Egipto” (2001). Robert Solé