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Fotos NASA LANDSAT - Sunt Viajes Egipto
A vista de satélite, Egipto aparece como una extensión blanca y amarilla seccionada por una vena azul oscuro que hacia el final se abre en forma de abanico para salir al mar. La totalidad del país alcanza el millón de kilómetros cuadrados, pero sus milenios de civilización, historia y monumentos se hallan embutidos en esta única línea de vida, el valle del Nilo.
El Nilo, con dos nacimientos paralelos en África oriental que convergen en Sudán, recorre 6.650 km. antes de desembocar en el Mediterráneo. Desde Asuán y hacia el norte, el río ocupa un valle parecido a una trinchera con un fértil entorno de tierra agrícola que va aumentando su anchura hasta unos 19 km. Es éste el regalo del Nilo. Cada año, y como resultado de las lluvias en la altiplanicie etíope, el río empieza a crecer a comienzos de Mayo y alcanza su nivel máximo en Agosto. El valle del Nilo solía inundarse todos los años en Septiembre hasta que se construyó la primera presa de Asuán en 1902. Cuando se retiraba, unas semanas más tarde, dejaba una espesa capa cenagosa de rico suelo en el que los campesinos podían sembrar. “Estas gentes obtienen cosechas con menos trabajo que en cualquier otra parte del mundo”, escribió el geógrafo griego Herodoto en el siglo V a.C.
El delta, el rico abanico llano y verde brillante que se extiende al norte de El Cairo, lo formó el Nilo al dividirse en siete brazos, aunque ahora sus aguas se concentran en dos: el ramal de Damietta, al este, y el de Rosetta, al oeste. Abrumada por la tarea de alimentar a todo el país, esta tierra se encuentra entre las más intensivamente cultivadas del mundo. Se obtienen tres cosechas al año y los principales productos son el algodón, el maíz, el arroz y el trigo. El clima también favorece una amplia gama de frutas y verduras, desde judías verdes a uvas o palmeras cuajadas de dátiles. Un viaje en tren por el delta resulta como un paseo por los inmensos y abundantes jardines del Edén.
Resulta impactante ver la división entre la tierra cultivada y el desierto a lo largo del valle del Nilo. No se trata de una transición gradual, sino de una definida línea, verde por un lado y amarilla por el otro. Los cultivos terminan, hay un pequeño momtón de tierra y enseguida domina la arena. En realidad, Egipto es una gran altiplanicie desértica dividida de forma desigual entre el inmenso Desierto Occidental y el Oriental.
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La Vida Doméstica y Familiar en el Antiguo Egipto
La imagen estereotipada de la cultura egipcia antigua se compone de imponentes pirámides, magníficos santuarios consagrados a reyes y dioses, y unos faraones de riqueza inconmensurable. Los monumentos oficiales y los edictos de la monarquía suelen acaparar toda la atención. Cabe preguntarse, sin embargo, cómo era la vida cotidiana de los súbditos de los monarcas divinos del Nilo y cuál era el entramado que regía la convivencia doméstica de las personas. La arquitectura civil de Egipto se nutría de ladrillos de adobe y de madera, dos materiales adecuados al clima, que contrastaban con los grandes complejos de piedra de los templos. Sin embargo, dichos materiales no pudieron sobrevivir al paso de los milenios, a las construcciones posteriores y al considerable incremento del nivel de las aguas freáticas.
En muy pocas ocasiones los arqueólogos han tenido la posibilidad de estudiar una zona de asentamiento importante. Cabe mencionar, por ejemplo, El-Lahun, la ciudad de la pirámide de Sesostris II (XII dinastía); Tell El-Amarna, la capital de Akenatón; o Deir El-Medina, la aldea de los artesanos de la necrópolis tebana. La representación de viviendas en las tumbas del Imperio Nuevo completa y confirma los hallazgos arqueológicos. Por aquel entonces se había generalizado en Egipto una forma de vivienda más o menos uniforme, cuyo tamaño y amueblamiento dependían de la posición social de su propietario. Las grandes villas de los altos funcionarios de la administración, con una superficie de hasta 400 m2, convivían con pequeñas moradas de entre 25 y 30 m2. Los muros exteriores solían estar revocados y pintados con una capa de pintura blanca o amarilla. El aprovechamiento de la zona del tejado resultaba tan habitual como la presencia de un alto muro alrededor de la casa para protegerla del viento y de las miradas indiscretas. Los sótanos, como en Deir El-Medina, eran una excepción. Sirva de ejemplo una vivienda de Amarna de dimensiones considerables: como era habitual, estaba ligeramente elevada sobre un zócalo y se penetraba en su interior a través de un pequeño vestíbulo que conducía a un amplio pabellón sobre cuatro columnas de madera y a sus estancias laterales. Desde allí se accedía a la sala principal de la propiedad, utilizada sobre todo con fines de representación. Su techo era más alto que el de las dependencias contiguas y estaba provisto de unas claraboyas que servían para iluminar y ventilar la habitación. Las estancias privadas se encontraban en la parte posterior de la vivenda, como el salón, un dormitorio con alcoba y el baño con bañera y un retrete. La casa podía estar rodeada de patios y jardines, así como de otras dependencias domésticas (almacenes, establos, hornos, talleres, etc.), lo que daba lugar a un vasto complejo con el carácter de una gran finca.
A pesar de que en las excavaciones apenas se han descubierto objetos de la decoración interior de las casas, el mobiliario doméstico se conoce bastante bien. Según las creencias egipcias, el difunto debía disponer de los bienes de uso cotidiano para su vida en el más allá, y de ahí que estos formen una parte importante del ajuar funerario. No todos los objetos de la tumba procedían de la vivienda particular, sino que la mayoría se confeccionaban especialmente para su uso en la otra vida. La suma de los numerosos hallazgos funerarios proporciona una clara visión de la riqueza de la cultura material egipcia, no menos que la profusión de relieves y pinturas murales.
Una de las piezas de mobiliario más corrientes de los hogares acomodados eran los distintos tipos de asientos, cuya calidad dependía de las posibilidades económicas del dueño de la casa. Además de taburetes y de escabeles sencillos, había sillas plegables y sillones con respaldo alto. El asiento solía ser de cuero o de fibras vegetales entretejidas. Los armazones de las camas bajas poseían un revestimiento similar, y las patas tenían forma de pezuña de vaca. Para depositar objetos de toda índole se recurría a mesitas y estantes, en su mayoría de madera. En cambio, las mesas de comedor no se conocían. Las pertenencias personales, como joyas, ropa, pelucas o cosméticos, se guardaban dentro de cestos y cofres de distintos tamaños y con diversos acabados. La casa se conservaba escrupulosamente limpia para mantener alejadas a las alimañas, y las clases altas prestaban una atención desmesurada al aseo personal. En el interior de cajitas independientes, que a menudo constituían verdaderas obras maestras de las artes menores, se depositaban los recipientes con cosméticos para los ojos, los ungüentos y las esencias aromáticas, los peines, las horquillas y el espejo. Los frascos de cristal opaco para cosméticos, cuya fabricación se generalizó en Egipto a comienzos de la XVIII dinastía, eran un artículo de lujo durante el Imperio Nuevo. Los envases de piedra o de cerámica para los afeites presentaban a menudo una forma figurativa, por ejemplo el dios-duende Bes, quien gozaba de una gran veneración como demonio protector del ámbito doméstico.
La familia constituía la base de la estructura social egipcia y se basaba normalmente en la monogamia. Estaba integrada por los padres y sus hijos menores de edad. Este núcleo familiar formaba el hogar, que podía ampliarse con un número variable de sirvientes. La finalidad del matrimonio era la procreación, como se pone de manifiesto en las célebre Máximas de Ptahhotep: “Si llevas una vida acomodada, has formado una familia y amas a tu mujer, llena su cuerpo y viste su espalda, alegra su corazón mientras vivas, porque ella es para su señor como la tierra fértil”. El principal cometido de los hijos era la observancia del culto funerario en honor de sus difuntos padres para conservar su memoria en la conciencia de la posteridad y garantizar su pervivencia en el más allá. Ya desde el Imperio Antiguo, innumerables representaciones en tumbas y estelas muestran la provisión de la pareja en el más allá mediante las ofrendas. El señor de la tumba y su esposa, en íntimo abrazo, aparecen sentados ante la mesa con alimentos y otros bienes, o están representados en estatuas familiares con sus hijos.
En muchos aspectos, la mujer tenía los mismos derechos legales que su marido, sin que ello afectara en lo fundamental a la posición dominante del hombre como cabeza y sustentador de la familia. Las mujeres podían compadecer ante los tribunales y dejar en herencia sus propiedades particulares por separado. Además, la educación de los hijos recaía sobre la madre hasta una edad determinada. En lo sucesivo, los hijos varones eran educados por su padre o bien accedían a la escuela de un templo si demostraban tener dotes suficientes para emprender una carrera como funcionarios. Aunque el vínculo del matrimonio era vitalicio, no se descartaba el divorcio, por lo que el padre estipulaba para su hija: “Tú eres mi buena hija. Si tu marido te echa de casa, puedes vivir en las dependencias de mi almacén”.
“Arte y Arquitectura. Egipto”
Matthias Seidel & Regine Schulz